Hola.

Cuando llegues a este punto del sitio quizá ya conozcas un poco de mi trabajo. Ahora es el momento de presentarme.

Vine a este mundo hace bastante tiempo, un día del frío enero de 1962. No pude elegir el sitio pero creo que tuve suerte. Lo hice en una pequeña ciudad del norte de la Península Ibérica, rica en luces y celajes, con fastuosos atardeceres, arropada por la maravillosa sierra de Guara y a cuatro pasos de mi querido Pirineo. Como no soy hombre de mundo, Huesca, Huesqueta, se convirtió pronto en el centro de mi pequeño universo.

Viví desde niño rodeado de artistas. Mis tíos carnales, Leoncio y Alejandro se desenvuelven en los lienzos con reconocida destreza. Tuve también a Julio, un hermano literato. Teodoro, mi padre, intimaba rápidamente con cualquier instrumento musical que cayera en sus manos. Nadie como mi madre Carmen (siempre mamá) brilla con más luz en el difícil arte de quererme.

Pero la naturaleza fue conmigo parca en habilidades. Mis zafias manos me apartaron temprano del mundo de la pintura. Cualquiera que me haya oido cantar entenderá (y agradecerá) que no me dedique a estas lides. Aunque hice mis pinitos en literatura, la concepción de la obra exige una dedicación que no soy capaz de asumir.

Algún buen día en la remota infancia, quedé impresionado por una fotografía. Sin duda, alguna fotografía de la Naturaleza. Comencé a sentirme atraído por este mundo. Veía, leía y anhelaba todo aquello que caía en mis manos. He envidiado multitud de fotos, multitud de libros, multitud de experiencias. Sana envidia, si es que existe.

Pronto descubrí que la cámara fotográfica me permitía redescubrir paisajes, momentos, escenas, sensaciones... Con ella encontraba una alternativa a mis inhabilidades manuales. En la actualidad, las tecnologías digitales me ofrecen la posibilidad de explorar horizontes creativos antes inviables para mí.

Al principio fueron las veladas familiares. Luego, con los amigos, con los siempre pacientes amigos. Un vetusto proyector, una sábana, un par de carros. Cada sesión me costaba una cena y alguna que otra botella. Pero es un buen precio por un gran público. El precio que debe pagar un pelma, un plasta, que se empeña en que vean sus fotos.

Hoy, todas las imágenes que componen estas galerías, han sido pacientemente examinadas por Peachy, mi compañera, a la que debo todo valor. Sin su aliento y su juicio, nada me resultaría posible.

Ahora, con Internet, cualquiera que tenga la santa paciencia de seguir leyendo estas líneas sabrá que se ha convertido en mi público... y un servidor lo ha logrado. ¡Ha conseguido llegar a ser un ciberplasta!

 

Un abrazo,

Juan